Aquellas Posadas que olían a ocoxal y brillaban con velas 🕯️✨

¿Se acuerdan de cuando las Posadas eran en la calle, con faroles chinos y velitas de verdad? Hoy nos encontramos recordando esos tiempos...

12/11/20253 min read

En los últimos años, Zacatlán llena la ciudad de luces navideñas cada diciembre. Es un espectáculo bonito que, para quienes ya tenemos algunos años, evoca nostalgia. Me recuerda cómo eran los diciembres cuando era joven.

Diciembre es el mes de frío, de Navidad, de vacaciones y de posadas, sobre todo por las piñatas. La temporada navideña empezaba cuando íbamos al bosque a buscar un árbol, ocoxal para adornarlo y musgo para el nacimiento. Pasábamos la tarde recogiendo piñas de ocote y tiras de musgo. Lo que más recuerdo es el olor a bosque, a tierra y a pino, y las manos pegajosas por la resina. Incluso hoy, si cierro los ojos y respiro profundo, puedo oler el bosque y sentir el aire frío y limpio en mis pulmones. Me sentía feliz. Ya en casa, la siguiente tarea era poner el árbol y el nacimiento.

Las posadas empezaban el día 16 de diciembre, nueve días antes de la Navidad; cada día representando un mes de los nueve meses del embarazo de la Virgen María. En las posadas de nuestro pueblo, siempre ha existido la tradición de tener madrinas del Niño Dios. Cada año, niñas de distintas familias eran invitadas a ser madrinas en varias iglesias. La principal era la del Convento, pero también estaban la iglesia del Calvario, San José, La Candelaria y otras comunidades como Jicolapa.

Me acuerdo de ir caminando en procesión por las calles, algunas todavía sin pavimentar, y de muchos niños y gente humilde de fe, que caminaban con nosotros. Esa sensación única de entrar a la iglesia cantando "Abran, Santos Peregrinos". No había lujos, pero había magia: nuestros faroles de papel con su alambre para no quemarnos, los silbatos de lámina (¡cómo sonaban!) y el olor a heno y ocoxal adornando cada rincón.

Pero lo que más recuerdo es romper la piñata en la calle de la casa de la madrina, aunque a veces también lo hacíamos en la nuestra. No importaba, la diversión era igual. Todos queríamos pegarle a la piñata; se formaban filas largas y la gente cantaba “dale, dale, dale, no pierdas el tino…”. No hay nada como recordar los gritos de emoción cuando alguien por fin la rompía y todos corríamos a recoger dulces, juguetes y, a veces, hasta monedas. Hubo muchas rodillas y codos raspados, y alguna que otra pelea que se resolvía rápido. No importaba si llovía, si había chipi-chipi, si había neblina o si hacía frío; teníamos que estar ahí. Al final, el ponche, los tamales, el chocolate y los aguinaldos nos esperaban. Nada como el sabor de las cañas de azúcar en el ponche, tan dulces y ricas.

Silbatos de lámina, panderetas y el tenue brillo de una vela dentro de un farol de papel. Así se sentía la Navidad antes.

Feliz Navidad.